Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

jueves, 10 de febrero de 2011

Vos y yo -capítulos que nunca fueron-

Había esperado ese beso casi toda su vida, casi toda su vida romántica, es decir, no más que desde que nació y algunos días más. No es necesario ( o no debería serlo) estancarse en efimeridades como lo es ese beso en sí mismo, tal vez pareciera ser más conveniente detenerse algunos segundos en lo verdaderamente importante para evitar que no sea otra vez domingo a la tarde con esa película pochoclera, a menos que los pochoclos sean impresionantes, que los hayamos comprado justo antes que la lluvia se largara con todo y empapara la ciudad, los hayamos metido en el microondas y escuchado cada instante, cada pochoclo reventar uno por uno, y finalmente, con un poco de sal o salsa (dependiendo el gusto del comensal), comerlos viendo esa estúpida película de Canal Trece. La película sólo será recordada por los pochoclos, ni por la película ni por el día, tal vez por el clima, tal vez ayudado por el sillón, pero será el día de lo pochoclos que estaban más ricos que nunca, el día en el que los detalles hicieron que renazca el sabor a humedad en el aire. Detenerse en lo verdaderamente importante, en lo que siempre fue y sólo por las ganas de haber sido seguirá siendo (¿Ser qué? ¿Algo más que un momento? ¿Un recuerdo? Ya tenemos recuerdos, y con todos estos datos sería más conveniente crear memorias para el bien y para el mal, aunque la memoria para el mal sea pasantista y aún más efímera que ese eternamente fugaz beso, ese roce entre labios que sabe a la misma gloria y finaliza en ella, si es que finaliza como corresponde, de no ser así queda en una buena sensación), como la madreselva colgando de la ventana de su cuarto, tragándose toda la no-vida, fotosintetizando el tiempo; el suave empuje del éter por las mañanas, ese mosquito zumbando en su oreja derecha con el único fin de distraerlo, porque esa es su labor; el amor sentado en la cabecera de una gran mesa cenando en un plato inmenso repleto de fideos, ensuciándose las manos y los cachetes como un gordito mezquino que no quiere compartir nada de comida; la increíble sensación de gritar y no guardarse nada, ni una palabra, decir la verdad, lo que se siente, lo que aprovechamos para sentir hecho palabras: culo, teta, malas palabras, injurias, y reproches, gritos, gritos, meterse la retórica en medio de la infinidad del alma... bajar a la Tierra, tomar conciencia de nuestras dimensiones, mimar sus dientes con mi legua, sonreír entre piquitos y separarnos; decirle siempre la verdad sin guardarme palabras. Callar. Remojarme los labios con saliba. Mirarla. Sonreirle. El ciclo que vuelve a comenzar, vivir de nuevo entre las luces. Vos. Yo. Vos y yo. Él. Ella. Vos y yo.

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