Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

sábado, 12 de febrero de 2011

Ídem viceverso.

Había empezado a escribir algo muy extraño; perturbador hasta para él mismo, pero después se volvió difícil dejar de hacerlo. Una suerte de confesión de algún personaje de cuento. Pero no sabe si había sido él quien lo había escrito, o si había robado la idea de otro lado, tal vez de otro autor. Ya había redactado un prólogo, una carta de agradecimientos innecesarios e inexistentes a gente que no sabe si sabía leer (o apreciar lo que él hacía), había caracterizado mentalmente a cada personaje y les había puesto nombres de algún conocido suyo que se pareciera en cuanto a personalidad se habla, a alguno de los personajes.
Su mano le comenzó a sangrar. Sus pensamientos fluían mucho más rápidos que la pluma entre sus dedos; el débil papel sobre el que se volcaba, no soportaba mucha fricción, y entre hojas perforadas debía hacer un doble esfuerzo para no sufrir un ataque de nervios. Escribe con tinta para evitar equivocarse, pero lo tacha, busca minuciosamente cada palabra, no quiere dejar indicios de lo que de verdad quiere decir, y tal vez por eso escogió la ficción en la que lo envuelve la literatura.
El cuento aún no quería terminarse. No era hora de despertar.
No le queda mucho tiempo, así que tiene que terminar rápido, cada vez tiene menos tiempo para la retórica, y estuvo obviando la gramática desde hace ya unos diez o quince minutos. Las palabras comienzan a ser imágenes perdidas, ya no más simples letras unidas, no hay tiempo de dibujarlas, por eso sencillamente se forman como símbolos que representan palabritas.
El capítulo 1 ya estaba hecho, recién estaba terminando el segundo, y las ideas para el tercero se amontonaban como agua en un embudo que cortaba el chorro bifurcado entre sus manos y sus tristes ojos, aquellos ojos que ya no querían servir más. Una frase y la espera de que se convierta en realidad “Me alegra encontrarte en la nada y pensarte más allá”. En tres, dos, uno… En un instante más.
Abre los ojos, y el sol lo despierta bruscamente, lo obliga a seguir con su deber; pero sólo tres minutos de sueño no sanan a un hombre, y mucho menos si esos tres minutos fueron los únicos en instantes en los que sus ojos se cerraron después de tres meses de arduo trabajo.
Un sudor frío recorrió su espalda, una caricia helada ligada a la desesperación por terminar su confesión ajena. Aunque no quería, sabía que tenía que terminar ahora mismo. Alguna coma de más, un punto y coma para aparentar el eminente fin y las últimas palabras: "Aunque ya nadie se preocupa realmente por lo que el tiempo haya hecho por ellos".
Pero entonces cuando sus piernas se comenzaron a cansar y temblar, cuando comenzaron a fallarle, sus manos sudaban (o por lo menos hasta donde él podía ver, porque la visión también le fallaba) y su cabeza… su cabeza era insostenible, un yunque sobre sus hombros, una detestable situación. Todavía no sabe bien si corría o si caminaba, sólo sabe que andaba, andaba…
andaba
andaba
andaba
andaba
andaba
andaba
andaba
anduvo, anduvo…
y cayó.


Sus piernas estaban contra la pared, la mirada fija al techo, las manos sudorosas y la espalda sobre su colchón. ¿Pero cómo suponer que de verdad estaba ahí? Tranquilamente podría ser otro sueño, o podría haber caído y haber muerto, pero no, en realidad no está muerto, y esta sensación de vida pareciera ser la realidad, todo está donde debe estar, aunque en realidad sea eso lo que le preocupa, todo está perfecto, como debería ser… y eso no debería ser así.

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