Casi estoy agradecido por esas huellas, esa arena caminada; las figuras de la multitud heredadas junto a su historia por toda la playa. Algunas limitando la eternidad, al borde del océano, el mar de todo lo que nos sobra.
Yo me sentía... ¿cómo decirlo? Atado a un cuento, a otra realidad, a un sueño inmaculado, a la irresistible necesidad de vivir. Ser libertad. Entonces empezó la noche.
Y la noche empezó. A veces creo que ya todo está compuesto, cada sonido, cada melodía y riff existentes, pero esa noche (por suerte) me di cuenta que estaba equivocado, que hay algunas notas o canciones que no todos pueden oír ni mucho menos escuchar y sólo algunos pueden disfrutar, como esa señora vestida blanco. Parada a la orilla del mar, ya nada más importa, dejándose empapar por la sal y el agua, la salmuera y la vida, el agua y ella. Se prepara, abre los brazos, su mente, lo escucha. El recital era único esa noche, estuvieron todo el día levantando la infraestructura pero casi nadie se dio cuenta y pocos se acordaron de volver a la noche para verlo. La orquesta se camuflaba con el cielo en el horizonte, y parecía que éste caía sobre la playa como una cortina cuyos flecos peinaban la arena. Rastros de estrellas caídas desatan cadenas en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario