Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Al amanecer

Al amanecer, despierto con palabras en mi mano, verdades de un sueño que intentó quedar en el olvido. Es por esto que sin pensarlo dos veces, despliego las palabras (que son como tarjetas) sobre la mesa de madera del comedor, y me aventuro al vano esfuerzo de intentar reconstruir la autodestrucción. Con mis ojos aún perezosos y algo pegoteados y sucios, llenos de lagañas duras propias del desvelo y con mi boca inoperante debido a mi condición de madrugador, me siento, me paro, me rasco el parietal derecho, fumo entre cinco o diez pensamientos (tal vez quince, y cuando estoy confundido, puedo llegar a fumar un atado), y cada tanto uno palabras. Formo frases y oraciones, distantes (alguna que otra vez) de los verdaderos hechos (ya sean de los sueños o de la realidad), más bien, estas oraciones se parecen más a mis sueños despiertos (o cuando simulo estarlo) que a otra cosa (cosa: Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta).



Y ya que el asecho floreció, la duda me ha vencido
Vuelvo a verte en mis sueños
Y me he puesto a preguntarle al vacío
Como si quisieras tenerme
Si en verdad estaba despierto o dormido,
Pero sabemos que el tiempo es oro
O la sensación de desentendimiento y surrealismo
Aunque hoy no hay oro para nosotros.
Eran reales en su plenitud de pensamiento.



Al amanecer de algunos amaneceres, sueño despertar junto al sol que prende fuego mis ojos e ipso facto despierto en la realidad con mi visión corrompida por la luz que me hizo ver algunos bonitos colores en lugares donde no sabía que podía existir color, como por ejemplo dentro de mis ojos (por no decir párpados) y con algo de esa sensación experimental mañanera del sin-saber-qué-hacer, que, como su nombre lo indica, nos deja sin saber con certeza qué queremos, debemos o necesitamos hacer. Es por esto que sin pensarlo dos veces, despliego las palabras (que son como tarjetas) sobre la mesa de madera del comedor, y me aventuro al vano esfuerzo de intentar reconstruir la autodestrucción.