Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

martes, 17 de mayo de 2011

VERBORRAGIA

Y bueno, así me fui. Caminé quince cuadras con el corazón roto, que no es lo mismo que caminar quince cuadras… ¡EL CORAZÓN ROTO DIJE! Mi corazoncito en mis manos previo a sepultarlo dignamente en el bolsillo de mi rompe-vientos. Antes de darme cuenta (y antes de cruzar Cabildo) el 41 lo había atropellado. Siempre algo sale mal con ese colectivo. En realidad lo que más me molestó fue que nadie se dignó a ayudarme, el colectivero no paró y yo no lloré porque estaba en medio de Cabildo, y ponerme a llorar por algo que nadie más que yo podía o puede ver, hubiese estado por demás desubicado. Las bufandas con cabezas hubiesen girado, y las miradas de absoluta impaciencia me hubiesen aconsejado gentilmente dejar de llorar, por el bien de la paz, la integridad de los pequeños que no tienen porqué presenciar actos de tan baja categoría humana como lagrimar, y por la cordura belgranense (tipos de alma oscura si los hay). Y así me fui, con el corazón roto en el bolsillo… a mi casa. A mi casa porque no tenía a dónde ir. Ella se había levantado, me había besado el cachete y se había ido repondiéndome mensajes y diciéndole uno-veinte al chofer del 41. Odié todos esos minutos, todas esas cuadras, el frío de la espalda y el mármol del Banco donde nos sentamos y donde me quedé internado veinte minutos mandando y recibiendo sus mensajes antes de empezar a caminar con el corazón al bolsillo. Después fue llegar y escupir sangre, darme cuenta que algo estaba mal. Me metí los dedos en la boca y casi por impulso vomité. Al ratito empezaron a salir los puntos y las comas, sólo podía esperar que no fueran paréntesis, porque esos son encorvados y con sus ideas raras se te meten en el espacio entre los dientes (como el orégano de las pizzas), pero de todas formas llegaron mis paréntesis de siempre (debería dejar de pensar entre paréntesis). Lo último en salir fueron las tildes y los puntitos de las íes, en el medio de toda la ortografía y la gramática, vomité las palabras y oraciones enganchaditas, pero yo más o menos sabía cómo ordenarlas, por desgracia justo un hilo de conversación se escapó por el desagüe y nunca pude resolver porqué mi corazón corrió hacia el colectivo y se suicidó.