Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

lunes, 14 de febrero de 2011

Vos y yo (capítulo XIII)

Nunca tan bien adecuado al día que se conmemora.


XIII





La primera vez que se conocieron (dicen los que saben) se amaron, y, aunque interrumpidos por la indecisión, siempre supieron qué decir, qué hacer, cómo moverse, y sobre todo cuándo callarse. Y así fue como se enamoraron, porque tenían ganas de hacerlo.
La segunda vez que se conocieron pelearon, discutieron por esto y por aquello, por lo que sí y por lo que no (sobre todo lo por que no) nada verdaderamente trascendente. Pensaron distinto, y eso no les gustó.
La tercera vez que se conocieron ya eran más parecidos, y después de eso creyeron que caerían en el interminable círculo vicioso del acostumbramiento masivo y la desesperación por encontrar lo que uno ya encontró (léase “amor”).
Pero uno mismo a veces es más fuerte que la masa, sobre todo ella. Tal vez él sí caía más fácil en las trampas de la sociedad, pero a ella le gustaba que creyeran que estaba loca. Que la gente viera ese pelo despeinado, y esos ojos que claman por una siesta, encontrarse sola entre la gente y alimentar a las palomas, lo suficientemente loca como para que sólo los que la conocen, supieran que así ella estaba feliz. Y él sí que lo sabía, porque él fue quien se lo hizo notar.

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