Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

lunes, 28 de febrero de 2011

Poema para vos.

Tal vez no te vea hace mucho tiempo
y del tiempo se caigan los poemas.
Tal vez por eso hoy te escribo
porque el aire ya tiene demasiados papeles
y yo, una pluma con tinta en la mano derecha.
Tal vez después de escribirte me leas y me repitas
y después de unas horas (cuando vea el reloj) me entere.
Hoy escribo porque mañana voy a tener más ganas de escribirte
y de alguna forma quisiera hacer más y más grandes estos renglones.
(Pero no lo voy a forzar.)
Te escribo porque tengo ganas de hacerlo,
porque me gusta imaginar tu sonrisa.

viernes, 18 de febrero de 2011

Retrato en óleo de un día soleado.

Después de tanto vigilar, la lluvia empezó a caer de donde ya no había nubes. El reflejo es el mismo, las caras tristes, la lluvia y las lágrimas de los que prefieren el sol. No sé muy bien por qué será, pero el cielo está azul y las gotas caen por todos lados. Miro hacia arriba parado en medio de la calle, pareciera ser que llueve en todo el mundo menos donde yo estoy detenido, mientras tanto, unos bultos se acoplan a mi. A mi alrededor, dos personas, una mujer desabrigada y un hombre con traje y maletín mirando al cielo extremadamente pegados a mi, y yo, incómodo, no más que eso. Los cinco estábamos mirando el cielo, y digo los cinco, y digo estábamos porque antes de darme cuenta ya no éramos ni tres ni cinco, ahora somos dieciocho (aproximadamente, tal vez haya alguien a quien no llego a ver, algún nenito o nenita más allá de aquel rubiecito con piloto amarillo, muy al estilo Hollywood, casi desagradable de ternura). Yo ya no estoy viendo más al cielo, porque estoy casi seguro de que dentro de veinte segundos va a seguir estando ahí, y tengo cosas más importantes en las que pensar, como preguntarme y solucionar el pequeño problema de mi asfixiamiento entre la masa y las náuseas de la vida. Cruzando la avenida no hay nadie, y sobre Cabildo veo absorto, autos abandonados, gente que sale del refugio de su Ka, de su Gol y de sus Fiesta (o por lo menos esos eran los que llegué a ver desde mi punta de pies) para cubrirse cerca mío. El lejano oeste hecho ciudad (pero con más edificios, negocios y prostíbulos), el kiosco de la esquina está deshabitado, también la panchería y la boca del subte (que siempre escupe gente) y una mujer corre hacia donde nosotros estamos. Ya casi resulta cómodo, casi parece casi algo, una multitud enorme que no se quiere mojar, y sus caras de sorpresa son únicas, bocas abiertas, miradas de incertidumbre, saliva en el mentón, doce paraguas cerrados, seis pilotos sin capucha, pelos despeinados, erizados e inflados, incontables pares de botas de lluvia, algunas zapatillas y unos mocasines empapados. Jóvenes (o sea, también chicos chicos y chicas chicas), viejos viejos y adultos adulterados. El cielo sigue empapando a los lados, pero lo sigo mirando y juro que nada cae sobre mi, ni tiene ganas de caer sobre mi (creo que le caigo mal al agua). A unos setenta o sesenta metros de mi estratégico punto escucho a más de uno que se queja, creo que la capa anti lluvia tiene algún límite, supongo que hasta de cincuenta metros, ya que es un número bastante entero y bastante medio, porque equivale a media cuadra, así que cincuenta metros me parece un radio más que razonable, de hecho justo. El cielo me mira un rato, despacio, para acariciarme y para advertirme (porque también me tiene que advertir). Veo y miro un rato, después vuelvo a ver, pero decido que es mejor mirar, porque así podría ver más allá de la visión de quién se esfuerza por desalinearme la columna vertebral con su paraguas desde atrás mió, pero una gota decide romper mi estructura ocular abierta, decide hacerme guiñar, brotando desde la nada misma, una gota que se inventó en el éter de Cabildo y Juramento, un salpicón y un ¡Ay!, una interjección y la desaparición. Antes de darme cuenta el semáforo ya está a mi favor. La lluvia siguió haciendo lluvia, yo crucé y todos cruzamos, el viejo barbudo vuelve a su Carnival, el ruido resurge de entre las masas y todo es tan igual como siempre.
Me cansé de no extrañarte lo suficiente, de tropezarme con vos y no sentirme vivo.

Chau.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Las primaveras

Me encanta sentarme y verte.

Ella lo sabe.

Tal vez ¿por qué no? Si tal vez al despertar te tuviera entre mis brazos el día sería más corto o más eterno. Podría estar ahí para siempre o perderme unos pequeños instantes en tus ojos, unos ínfimos momentos que son como horas de los demás (de los que no saben contar el tiempo).

Crítica constructiva, amor en tiempos modernos, silencio, suicidio y marginación y nueve historias de terror cortas.

Tu esternón suele ser la más clara muestra de la hermosura, pero tus ojos... tus ojos me enceguecieron, me robaron el alma treinta y siete veces.
Después de tantas palabras un trago de agua calma la vida.

Preguntas frecuentes (TOMA 5 y 6)

Entre los gritos...
"¿Alguien me pasa la tres?"

Entre el silencio...
"Pasame la dos..."

Preguntas frecuentes (TOMA 3 y 4)

Ante todo le pido disculpas, en verdad no sé el por qué, pero lo hago, lo más probable es que sea por estar robando su tiempo. Es importante hacer esto, porque de otra forma correría riesgo de pasar por un posible estafador, un oportunista vulgar. Lo acompaño con una mirada de confianza entregada previa a continuar la conversación, ya que de esta manera el transeúnte se dispondrá a oírme. Con un tono cuestionador pero amable a la vez, formulo la pregunta (que es la base de todo este formalismo) ¿La parada del 168? Lo cual podría llevar a su contra pregunta, que sería más o menos así: ¿A dónde querés ir pibe? A lo cual uno, a pesar de haberlo tratado de usted, tendrá que conformarse con un pibe, o un simple vos. A pesar de la posible disconformidad no queda más que responder "Belgrano". Todo para reducirse a "Caminá derecho por esta, la segunda es Sarmiento, ahí tenés la parada en la esquina".
"Muchas gracias", hasta luego o hasta nunca es siempre lo mismo, caminé dos metros y medio y ya olvidé la cara de ese hombre.

martes, 15 de febrero de 2011

Confesión que el sueño atrajo a mis manos.

Sería difícil alejarme justo hoy, justo esta noche, por eso te lo advierto: Visitame cuando vos más quieras, cuando vos más creas necesario; yo estoy acá sentado, allá acostado, al lado tuyo.
No me gustaría despedirme de este día sin decirte que espero que ya te hayas dado cuenta que acá te esperan unas palabras, siempre, incluso antes, incluso cuando no te conocía.
No voy a despedirme sin decirte primero cuál es el color de tus ojos (que vos crees ya saber), sin decirte lo feliz que nos hace afrontar la realidad.
Sólo quiero darte este último consejo, y espero que al leerlo me lo repitas casi instantáneamente: "Hay que acostumbrarse a la inherencia".

lunes, 14 de febrero de 2011

Números.

"Y de todas las vueltas que da el amanecer antes de hacerse llamar amanecer, esta vez tuvo ganas de aparecer a la noche, cuando todavía no tenía que aparecer, porque no tenía que aparecer. Y después el tiempo dejó de ser tan genial como aparentaba, las emociones de todos los hombres se fugaron una por una; y así empezó el siglo de ahora (que no es el XXI), así empezó la realidad más adversa, la sensación más grande, las ganas de vivir de los sobrevevientes, la sobrevivencia del sobrevividor sobre la vida sobrevivida, sobrevolada, sobrevalorada, súper valorada, súper lógica, superquinética, hiperquinética, la vida en veintitrés simples movimientos, en once lugares distintos, en dos pensamientos, en el 1+1=Todo."

Vos y yo (capítulo XIII)

Nunca tan bien adecuado al día que se conmemora.


XIII





La primera vez que se conocieron (dicen los que saben) se amaron, y, aunque interrumpidos por la indecisión, siempre supieron qué decir, qué hacer, cómo moverse, y sobre todo cuándo callarse. Y así fue como se enamoraron, porque tenían ganas de hacerlo.
La segunda vez que se conocieron pelearon, discutieron por esto y por aquello, por lo que sí y por lo que no (sobre todo lo por que no) nada verdaderamente trascendente. Pensaron distinto, y eso no les gustó.
La tercera vez que se conocieron ya eran más parecidos, y después de eso creyeron que caerían en el interminable círculo vicioso del acostumbramiento masivo y la desesperación por encontrar lo que uno ya encontró (léase “amor”).
Pero uno mismo a veces es más fuerte que la masa, sobre todo ella. Tal vez él sí caía más fácil en las trampas de la sociedad, pero a ella le gustaba que creyeran que estaba loca. Que la gente viera ese pelo despeinado, y esos ojos que claman por una siesta, encontrarse sola entre la gente y alimentar a las palomas, lo suficientemente loca como para que sólo los que la conocen, supieran que así ella estaba feliz. Y él sí que lo sabía, porque él fue quien se lo hizo notar.

sábado, 12 de febrero de 2011

Ídem viceverso.

Había empezado a escribir algo muy extraño; perturbador hasta para él mismo, pero después se volvió difícil dejar de hacerlo. Una suerte de confesión de algún personaje de cuento. Pero no sabe si había sido él quien lo había escrito, o si había robado la idea de otro lado, tal vez de otro autor. Ya había redactado un prólogo, una carta de agradecimientos innecesarios e inexistentes a gente que no sabe si sabía leer (o apreciar lo que él hacía), había caracterizado mentalmente a cada personaje y les había puesto nombres de algún conocido suyo que se pareciera en cuanto a personalidad se habla, a alguno de los personajes.
Su mano le comenzó a sangrar. Sus pensamientos fluían mucho más rápidos que la pluma entre sus dedos; el débil papel sobre el que se volcaba, no soportaba mucha fricción, y entre hojas perforadas debía hacer un doble esfuerzo para no sufrir un ataque de nervios. Escribe con tinta para evitar equivocarse, pero lo tacha, busca minuciosamente cada palabra, no quiere dejar indicios de lo que de verdad quiere decir, y tal vez por eso escogió la ficción en la que lo envuelve la literatura.
El cuento aún no quería terminarse. No era hora de despertar.
No le queda mucho tiempo, así que tiene que terminar rápido, cada vez tiene menos tiempo para la retórica, y estuvo obviando la gramática desde hace ya unos diez o quince minutos. Las palabras comienzan a ser imágenes perdidas, ya no más simples letras unidas, no hay tiempo de dibujarlas, por eso sencillamente se forman como símbolos que representan palabritas.
El capítulo 1 ya estaba hecho, recién estaba terminando el segundo, y las ideas para el tercero se amontonaban como agua en un embudo que cortaba el chorro bifurcado entre sus manos y sus tristes ojos, aquellos ojos que ya no querían servir más. Una frase y la espera de que se convierta en realidad “Me alegra encontrarte en la nada y pensarte más allá”. En tres, dos, uno… En un instante más.
Abre los ojos, y el sol lo despierta bruscamente, lo obliga a seguir con su deber; pero sólo tres minutos de sueño no sanan a un hombre, y mucho menos si esos tres minutos fueron los únicos en instantes en los que sus ojos se cerraron después de tres meses de arduo trabajo.
Un sudor frío recorrió su espalda, una caricia helada ligada a la desesperación por terminar su confesión ajena. Aunque no quería, sabía que tenía que terminar ahora mismo. Alguna coma de más, un punto y coma para aparentar el eminente fin y las últimas palabras: "Aunque ya nadie se preocupa realmente por lo que el tiempo haya hecho por ellos".
Pero entonces cuando sus piernas se comenzaron a cansar y temblar, cuando comenzaron a fallarle, sus manos sudaban (o por lo menos hasta donde él podía ver, porque la visión también le fallaba) y su cabeza… su cabeza era insostenible, un yunque sobre sus hombros, una detestable situación. Todavía no sabe bien si corría o si caminaba, sólo sabe que andaba, andaba…
andaba
andaba
andaba
andaba
andaba
andaba
andaba
anduvo, anduvo…
y cayó.


Sus piernas estaban contra la pared, la mirada fija al techo, las manos sudorosas y la espalda sobre su colchón. ¿Pero cómo suponer que de verdad estaba ahí? Tranquilamente podría ser otro sueño, o podría haber caído y haber muerto, pero no, en realidad no está muerto, y esta sensación de vida pareciera ser la realidad, todo está donde debe estar, aunque en realidad sea eso lo que le preocupa, todo está perfecto, como debería ser… y eso no debería ser así.

viernes, 11 de febrero de 2011

Preguntas cotidianas (TOMA 2)

–Lo escucho de nuevo… “tactac” ¿Alguien más lo siente?
–Yo creo que lo escucho, eh.
–No seas mentiroso – dijo un tercero, mientras lanzaba su mano al aire como menospreciando al resto de los comentarios.
–En serio...

Preguntas cotidianas (TOMA 1)

¿Qué vas a hacer el sábado a la tarde?

jueves, 10 de febrero de 2011

Dos, dos más dos. (Un regalo para vos)

Dos, dos más dos. (Un regalo para vos)

Incluso tomé fragmentos de mi irrealidad y los usé como excusa para que me leyeras. Arranqué de mis manos las palabras que sentía al tocarte para volcarlas en alguna hoja de tu cuaderno que usabas para escribir algunas notas, esas que escribías en el 152 mientras ibas a ningún lugar, y se te ocurrían distintas formas para criticar a la gente con una retórica exquisita, pero aún así no me leíste.
Todavía queda tiempo como para ir a buscarte. Ahora a las 17:46 (perdón, y cuarenta y siete) me resuenan tus brazos negándome un abrazo, me resuena entre las paredes de la mente un incontrolable forcejeo. Vos intentando escaparate de mí, todo tan sólo dos días después de haberme leído. Y esa misma verdad que surge entre mis manos, entre mis lastimadas manos, que tuve que volcar en una hoja, en la de tu preciado cuaderno. Todo eso, eso y saber que nada más importaba además de que me leyeras.
Cómo saber que ese cuaderno, esa caja de pandora con hojas era tu vida. Aunque sí, después de haber arriesgado tu vida esa asquerosa tarde de agosto por tu cuaderno, qué otra cosa podría un ser pensante... pensar al respecto. Mientras te ibas a ningún lado, pero igual te subías. Esperabas el tiempo que fuera necesario, pero tenías que tomarte ese colectivo, no otro, porque sabías bien que ese era el único que te dejaba a tan sólo dos cuadras de ningún lugar, como para ahorrar camino, si no otros como el 68 o el 41 (además de venir siempre llenos y dejarte en esa esquina que no te gustaba porque era oscura, había un gato que maullaba muy fuerte, el tacho de basura nunca tenía bolsa y un vagabundo siempre se rascaba los pantalones) te hacían pegar un viaje horrible, de esos que uno no quiere repetir. Y ahí sin más (y sin especificar tanto, porque vos tampoco quisiste especificarme tanto a mí) arriesgaste tu vida por tu vida. Tu vida física por tu vida espiritual, tu cuaderno. Tu pandora de hojas rayadas y tapa dura, por tus historias, por tus críticas destructivas y por lo que yo había escrito ahí para que vos leyeras (o tal vez no por ese último). ¡Tomá, acá tenés tu regalo! Acá te regalé mis mejores frases, mis mejores sueños, mis ideas más profundas dignas de este individuo sobresaltado, a cambio sólo te pido algo: Leeme. Haceme creer que soy importante.
Escribime una canción, un poema con música. Dos o cuatro acordes, no más que eso, pero decime con quién estoy hablando, a quién intento hablarle.

Vos y yo -capítulos que nunca fueron-

Había esperado ese beso casi toda su vida, casi toda su vida romántica, es decir, no más que desde que nació y algunos días más. No es necesario ( o no debería serlo) estancarse en efimeridades como lo es ese beso en sí mismo, tal vez pareciera ser más conveniente detenerse algunos segundos en lo verdaderamente importante para evitar que no sea otra vez domingo a la tarde con esa película pochoclera, a menos que los pochoclos sean impresionantes, que los hayamos comprado justo antes que la lluvia se largara con todo y empapara la ciudad, los hayamos metido en el microondas y escuchado cada instante, cada pochoclo reventar uno por uno, y finalmente, con un poco de sal o salsa (dependiendo el gusto del comensal), comerlos viendo esa estúpida película de Canal Trece. La película sólo será recordada por los pochoclos, ni por la película ni por el día, tal vez por el clima, tal vez ayudado por el sillón, pero será el día de lo pochoclos que estaban más ricos que nunca, el día en el que los detalles hicieron que renazca el sabor a humedad en el aire. Detenerse en lo verdaderamente importante, en lo que siempre fue y sólo por las ganas de haber sido seguirá siendo (¿Ser qué? ¿Algo más que un momento? ¿Un recuerdo? Ya tenemos recuerdos, y con todos estos datos sería más conveniente crear memorias para el bien y para el mal, aunque la memoria para el mal sea pasantista y aún más efímera que ese eternamente fugaz beso, ese roce entre labios que sabe a la misma gloria y finaliza en ella, si es que finaliza como corresponde, de no ser así queda en una buena sensación), como la madreselva colgando de la ventana de su cuarto, tragándose toda la no-vida, fotosintetizando el tiempo; el suave empuje del éter por las mañanas, ese mosquito zumbando en su oreja derecha con el único fin de distraerlo, porque esa es su labor; el amor sentado en la cabecera de una gran mesa cenando en un plato inmenso repleto de fideos, ensuciándose las manos y los cachetes como un gordito mezquino que no quiere compartir nada de comida; la increíble sensación de gritar y no guardarse nada, ni una palabra, decir la verdad, lo que se siente, lo que aprovechamos para sentir hecho palabras: culo, teta, malas palabras, injurias, y reproches, gritos, gritos, meterse la retórica en medio de la infinidad del alma... bajar a la Tierra, tomar conciencia de nuestras dimensiones, mimar sus dientes con mi legua, sonreír entre piquitos y separarnos; decirle siempre la verdad sin guardarme palabras. Callar. Remojarme los labios con saliba. Mirarla. Sonreirle. El ciclo que vuelve a comenzar, vivir de nuevo entre las luces. Vos. Yo. Vos y yo. Él. Ella. Vos y yo.

lunes, 7 de febrero de 2011

Huellas en la arena

Casi estoy agradecido por esas huellas, esa arena caminada; las figuras de la multitud heredadas junto a su historia por toda la playa. Algunas limitando la eternidad, al borde del océano, el mar de todo lo que nos sobra.
Yo me sentía... ¿cómo decirlo? Atado a un cuento, a otra realidad, a un sueño inmaculado, a la irresistible necesidad de vivir. Ser libertad. Entonces empezó la noche.
Y la noche empezó. A veces creo que ya todo está compuesto, cada sonido, cada melodía y riff existentes, pero esa noche (por suerte) me di cuenta que estaba equivocado, que hay algunas notas o canciones que no todos pueden oír ni mucho menos escuchar y sólo algunos pueden disfrutar, como esa señora vestida blanco. Parada a la orilla del mar, ya nada más importa, dejándose empapar por la sal y el agua, la salmuera y la vida, el agua y ella. Se prepara, abre los brazos, su mente, lo escucha. El recital era único esa noche, estuvieron todo el día levantando la infraestructura pero casi nadie se dio cuenta y pocos se acordaron de volver a la noche para verlo. La orquesta se camuflaba con el cielo en el horizonte, y parecía que éste caía sobre la playa como una cortina cuyos flecos peinaban la arena. Rastros de estrellas caídas desatan cadenas en el tiempo.