Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

jueves, 10 de febrero de 2011

Dos, dos más dos. (Un regalo para vos)

Dos, dos más dos. (Un regalo para vos)

Incluso tomé fragmentos de mi irrealidad y los usé como excusa para que me leyeras. Arranqué de mis manos las palabras que sentía al tocarte para volcarlas en alguna hoja de tu cuaderno que usabas para escribir algunas notas, esas que escribías en el 152 mientras ibas a ningún lugar, y se te ocurrían distintas formas para criticar a la gente con una retórica exquisita, pero aún así no me leíste.
Todavía queda tiempo como para ir a buscarte. Ahora a las 17:46 (perdón, y cuarenta y siete) me resuenan tus brazos negándome un abrazo, me resuena entre las paredes de la mente un incontrolable forcejeo. Vos intentando escaparate de mí, todo tan sólo dos días después de haberme leído. Y esa misma verdad que surge entre mis manos, entre mis lastimadas manos, que tuve que volcar en una hoja, en la de tu preciado cuaderno. Todo eso, eso y saber que nada más importaba además de que me leyeras.
Cómo saber que ese cuaderno, esa caja de pandora con hojas era tu vida. Aunque sí, después de haber arriesgado tu vida esa asquerosa tarde de agosto por tu cuaderno, qué otra cosa podría un ser pensante... pensar al respecto. Mientras te ibas a ningún lado, pero igual te subías. Esperabas el tiempo que fuera necesario, pero tenías que tomarte ese colectivo, no otro, porque sabías bien que ese era el único que te dejaba a tan sólo dos cuadras de ningún lugar, como para ahorrar camino, si no otros como el 68 o el 41 (además de venir siempre llenos y dejarte en esa esquina que no te gustaba porque era oscura, había un gato que maullaba muy fuerte, el tacho de basura nunca tenía bolsa y un vagabundo siempre se rascaba los pantalones) te hacían pegar un viaje horrible, de esos que uno no quiere repetir. Y ahí sin más (y sin especificar tanto, porque vos tampoco quisiste especificarme tanto a mí) arriesgaste tu vida por tu vida. Tu vida física por tu vida espiritual, tu cuaderno. Tu pandora de hojas rayadas y tapa dura, por tus historias, por tus críticas destructivas y por lo que yo había escrito ahí para que vos leyeras (o tal vez no por ese último). ¡Tomá, acá tenés tu regalo! Acá te regalé mis mejores frases, mis mejores sueños, mis ideas más profundas dignas de este individuo sobresaltado, a cambio sólo te pido algo: Leeme. Haceme creer que soy importante.
Escribime una canción, un poema con música. Dos o cuatro acordes, no más que eso, pero decime con quién estoy hablando, a quién intento hablarle.

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