Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

martes, 4 de mayo de 2010

Gloriosa Internet

-Tengo ganas de escribir otro, pero no quiero dejar de hablarte- contestó rápidamente mientras sacudía sus manos al aire, a un costado del teclado, aunque ella se hizo desear.
–No, no, realmente quiero escribir otro, pero no sé si tenga con qué- reafirmó. Pero ella aún no contestaba, claro que está en la naturaleza de las mujeres el silencio, ese instante en el que el hombre se pregunta para qué existe si sólo con esas hermosas máquinas horneadoras de bebés, podría el mundo ser un lugar más hermoso; esos segundos eternos en los que pensamos tantas cosas (que por supuesto no llegamos a decir por una cuestión lógica de tiempo, como cuando queremos decir un trabalenguas y las palabras se entrecruzan dentro de nuestra cabeza y nuestra propia lengua que pareciera enredarse entre los dientes y los labios y luego se nos vuelve a entrecruzar otro pensamiento (en este caso una risa) que se mete al campo de batalla y pelea por su pertenencia en la arena con todas sus fuerzas (acompañado obviamente por todas nuestros neuronas y nuestros músculos que exigen relajarse y contraerse en una sonrisa que denote toda nuestra alegría como cuando leemos en voz alta y buscamos una coma o un punto que nos calme por un momento pero es claro que esa coma no va a aparecer)). Aunque es sólo cuestión de uno o dos segundos más para darnos cuenta que, mientras pensábamos todo esto, nuestra mujer aún no había contestado, y claro, por la característica atención dispersa de los hombres, ahora puedo darme cuenta, que la sustancia pegajosa (que no mencioné en mi mente mientras pensaba en el eterno trabalenguas que jugaba a las peleas con mi risa interna, porque sino olvidaría mi filosófica visión sobre nuestras mentes) que había entre mis manos, no era ni más ni menos que sangre, sangre que por supuesto (¿cómo no lo había pensado antes?) derramó la incomunicación…



¿De qué incomunicación estoy halando? Me lastimé y en lugar de sanarme me perdí entre las teclas e ilógicos pensamientos (aunque sería más fácil echarle la culpa al tiempo o la computadora). Qué gloriosa Internet, espero que haya quedado grabado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario