Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

martes, 29 de marzo de 2011

El amor cuando hace frío.

El frío y la tristeza llegan juntos en otoño, y más tarde, más oscuros, más fríos y más tristes, en el invierno. Paradójicamente, esta es la época del año que más disfruto, abrigarme hasta los ojos en las noches, amontonarme cin-cuenta trapos para salir a la calle. La bufanda a cuadros que suelo prestar, pero que me regalaron. Las botitas de gamuza. Los guantes sin dedos, los con-dedos, los de llama (y que me pican, así que me los saco). La nariz roja y el constante snifeo para sujetar los mocos, cada tanto mi mano (con o sin guante, aunque con él es más asqueroso) ayudando al sostén de los verdes pegajosos con un brusco movimiento hacia arriba, y a veces (cada tantas cuadras) un pañuelo descartable, y otros a veces es el mismo pañuelo, pero con los mocos secos. Sin gorro porque me despeina, pero igual uso gorra (aunque no haya sol) que me deja el pelo aplastado. El sol siempre, aunque a veces tiene frío y se tapa con nubes, no lo culpo, esos días yo también tengo frío y me tapo con nubes. A veces la lluvia, a veces. Y entre a veces y a veces, el a veces de la lluvia se hace un siempre, un muy seguido o un desde hace años (aunque eso significa tres días). Los besos cada tanto (por no decir a veces) ¡Qué época para enfermarse y contagiar! El festín de los microbios más malvados, más indefensos o más microbios; y se corre la noticia, sí señores, se corre la noticia de boca en boca justamente, nada más hermoso que los labios de la mujer a la que amás bajo una nariz con mocos, qué hermoso, cuánto amor hay que tenerse para contemplar esa monstruosidad de labios secos y lastimados, narices rojas y voces nasales. Y siempre presente, la ya clásica baldosa floja que también existe en verano, pero que se multiplica con el venir del frío, que derrochando lo suyo nos ofrece agua en las zapatillas (sí, en las zapatillas, y no alrededor de), o en mi caso en las botitas de gamuza que ya no puedo usar hasta mañana porque están tan empapadas que no sirven más que para ser gamuza empapada reposando en la parte techada de mi balcón de segundo piso en la calle Blanco Encalada (la calle que se inunda). Las tormentas, los vientos, la lluvia que proporciona nuestro cielo, la lluvia que proporciona nuestro gobierno, el amor frío (y el escalofrío que le dan los besos) brotando por las alcantarillas porteñas. Si eso no es amor, qué lo es. Dos caras enfrentadas, el frío que castiga y acuchilla, unos besos secos por el viento, unas sonrisas, parados abajo de un árbol sin hojas, la sombra en el piso nos cuenta que el 21 de marzo ya pasó por ahí, de fondo se ve un puente y es de noche y la luz es de la luna, porque causalmente el poste de luz que está sobre este árbol se quemó, el tren ya no pasa a esa hora, la bufanda me aprieta pero por suerte me abriga, y sus ojos que se ponen cada día más lindos (pero es de noche, así que eso no importa), las pestañas que no me mienten al acompañar el rápido parpadeo. Hace frío.

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