Desilusión de cuatro sentidos

El quinto se quedó durmiendo, y esperó a que lo despertasen para comenzar a romper su entorno. Así fue que ya no oyó, ya no escuchó, no olió, ni distingió más gustos... ahora sólo siente con sus manos lo que el tiempo le ofrece, y lo disfruta en carne propia.

jueves, 29 de abril de 2010

Amor en limpio.

Supo de inmediato que se había equivocado. Pasó mucho tiempo antes de darse cuenta de lo que había hecho. Después de sobrevivir a la ducha y de cantar mientras se vestía, ya estaba listo para empezar todo de nuevo.
Comenzó con la violenta salida del agua por la regadera, mojándose la cabeza, y dejando que el resto del agua salpicara su cuerpo poco a poco. Se lavó bien las manos, para que no quedaran rastros, y ya que estaba refregó muy bien su cuerpo, como si quisiera limpiar todos los rincones de su humanidad. Se afilaba los dientes contra sí mismo, sus ojos derramaban locura y el izquierdo le titilaba cada tanto, un reflejo poco grato de un cuerpo cansado. Su cabeza empezaba a lastimarse por la fricción de sus dedos, y la negativa de pensar en el vacío no ayudaba a que el agua tan caliente no estuviese provocando quemaduras en su piel. Apagó los golpes del agua y apoyó contra su lastimado cuerpo una toalla que se encontraba junto a la ducha. Le dolió, pero estaba dispuesto a aguantarlo. Salió casi corriendo del baño, un poco encorvado, como escondido para que nadie lo viera, aunque no hubiese nadie. Entró a su habitación, se acomodó sobre su cama y se quedó sentado durante varios minutos mirando al horizonte, se tiró a descansar desnudo, sin importarle en verdad su condición de fragilidad física; completamente indefenso. Empezó a cantar una canción de amor (…) después un blues (…) después dejó de cantar. Admitió frente a su garganta que ya no podía hacerlo.
(…)
Salió de su habitación casi vestido, casi presentable. Bajó las escaleras y vio como su delicada alfombra, había sido manchada por los ensangrentados cuerpos de sus dos hijos varones. Tras la puerta, atada a la manija del horno, estaba su esposa, esforzándose por vivir, esforzándose por respirar. La tomó del pelo, y suavemente la redujo como a un animal domesticado, metió su cabeza al horno y encendió el gas. Extrañamente, o tal vez por el daño previo, no duró más de un minuto ahí adentro, después de eso, sus desesperadas patadas cesaron.
(…)
Supo de inmediato que se había equivocado. Pasó mucho tiempo antes de darse cuenta de lo que había hecho. Después de sobrevivir a la ducha y de cantar mientras se vestía, ya estaba listo para empezar todo de nuevo.

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